La vida de los que nos dedicamos a la publicidad es dura. La relación entre la cantidad de trabajo total respecto del que realmente estás orgulloso puede llegar a ser de 10 a 1. Y cuando la materia con la que trabajas son ideas, que nacen de la implicación personal y del deseo de que florezcan, se hace más duro todavía, por muchos años que lleves y por muy curtida que tengas ya la piel.
Por esta razón, cuando pasan cosas como la SuperBowl, no podemos dejar de pensar en todo lo bueno que tiene nuestro trabajo. En las ideas, todas brillantes, que llenan cada año los espacios publicitarios de este evento deportivo. Nos embarga de nuevo aquella sensación de no poder contener todas las ideas en la cabeza, de tener que escribir, crear, componer... Ese espíritu joven inherente a la publicidad que durante muchos meses del año olvidamos, escondemos, o evitamos invocar por pudor a que observe las cosas en las que estamos metidos.
Es un día al año, un único día, en el que las marcas y las agencias se conjuran para sacar lo mejor de ellas mismas, para sobresalir respecto a sus competidores, para ser el anuncio más divertido, más creativo, más emocionante. Un día al año en el que la audiencia está esperando a que empiecen los anuncios porque saben que todo lo que van a ver les va a gustar. Porque los buenos spots, los que consiguen sorprender, los que nos hacen reír, los que emanan creatividad por todas partes, gustan mucho a los espectadores.
En el fondo, el día de la SuperBowl nos recuerda el poder de la publicidad en televisión. Ese poder en el que antes creíamos todos y que hoy ha desaparecido de nuestras vidas, presas durante demasiado tiempo bajo el yugo de los mandatories, los objetivos, la uniqueness de producto, o los key points que nuestro mensaje debe contener.
Cada año me embarga, después de revisar los mejores anuncios de la SuperBowl, una sensación de nostalgia y de desconcierto. ¿Cuándo nos olvidamos de trabajar de esta manera? ¿Cuándo pasó que dejamos de entender que los espectadores de televisión buscan espectáculo, humor, ideas brillantes...? ¿Cuándo se convirtió la SuperBowl en el reducto de todo aquello que amamos y a lo que hemos renunciado durante todo el año?
No sé cuánto me durará, pero, como cada año, volveré a pensar en este oficio como si la SuperBowl fuera cada día. Como si tuviéramos que competir por ser el anuncio más valorado durante esas horas. Como si los clientes estuvieran esperando nuestras brillantes ideas para televisión como los padres adoptivos que esperan en el pasillo de un hospital desconocido, en algún país lejano, a que les entreguen a su hijo, frágil e indefenso, para hacer de él la mejor persona del mundo.