La figura del creativo publicitario encerrado en su mundo de genialidad y arrogancia lanzando ideas de forma despectiva al rostro de sus clientes ha desaparecido hace décadas. En el mundo de las agencias aprendimos muy rápido que cuando unos cuantos cerebros le dan vueltas a una misma idea pasan cosas mágicas. Cosas que no pasan cuando uno va por libre. Muy probablemente el mundo de lo artístico sí que entiende de individualidades, incluso de grupos de gente trabajando al son de un líder. Pero la comunicación de marcas es hoy en día tan amplia como lo es la realidad del consumidor, por lo que pensar entre muchos es algo no sólo habitual, sino necesario.
Y más cuando las ideas viven en entornos tecnológicos que hay que entender desde dentro. No sólo para que vivan en harmonía con dispositivos variados, sino para sacarle a todo esto el máximo partido creativo.
Los equipos creativos 2.0 se nutren de perfiles aparentemente desconectados de la creatividad tal como la hemos entendido hasta ahora. Humanistas, ingenieros, técnicos de todo tipo, arquitectos de la información, gestores de equipos, planificadores, social listeners... Todos aportan y hacen grande una idea embrionaria. Porque, en realidad, la creatividad no entiende de disciplinas, sino de estructuras mentales.
Cuando se trata de llegar a la mente del consumidor, ya no sólo es importante el qué y el cómo; hoy es importante responder al quién, al cuándo, al hasta cuándo, al desde dónde, al a través de quién, al conectándose a qué...y sobre todo, y como siempre, al por qué. Por qué una marca debería insistir en captar la atención de sus consumidores. Por qué éste debería perder un segundo en escuchar un mensaje publicitario.