Ya lo avanzábamos con el caso de Halloween, y ahora lo vemos de forma mucho más abrupta en Navidad. Las marcas se han conjurado para formar parte de nuestras vidas... nos guste o no.
Allá donde haya un momento bonito para compartir con los nuestros estarán las marcas, con toda su carga emocional preparada para ser disparada a discreción. Allí donde haya una injusticia, un desapego o un mal de esos que tenemos en nuestra sociedad, habrá una marca para recordarnos lo mal que lo hacemos.
Estamos viviendo una época dorada del storytelling, de los formatos largos, de las producciones con bandas sonoras que nos tocan la fibra. Las marcas han encontrado la forma de que nuestro cerebro produzca el cortisol suficiente para que el anuncio nos atrape y la oxitocina que nos emocione.
Tanto da si eres una marca de coches, o otra, o un licor de nombre extraño, un centro comercial, una marca de turrones, una tienda de juguetes o una tienda de tecnología. Da tanto como si eres una marca de ordenadores, una de refrescos, una de fiambres o una mega tienda de muebles.O una marca de leche. O de pizzas. O vendes Lotería. Todas tienen su pequeño momento de gloria en esta época del año en la que los valores están a flor de piel, y en la que nos sobran los motivos para sentirnos culpables por no haber cumplido todo lo que nos prometimos a nosotros mismos, por no pasar más tiempo con los que queremos o por no demostrar a diestro y siniestro que el amor, en todas sus formas y formatos, debería reinar en este frío y egoísta mundo. Menos mal que están las marcas, con sus grandes lecciones de moral, para guiarnos hacia el buen camino.