Desde que salió la reforma de la Ley Orgánica de Protección de datos, no han dejado de acumularse noticias acerca de cómo está cambiando el marco de actuación de la publicidad digital. Ya todo el mundo está de acuerdo en el abuso desmesurado que el marketing y la publicidad han hecho tanto de nuestros datos personales como de nuestra privacidad. Alentados por los grandes dioses de nuestra época, Google y Facebook, hemos llegado a asumir que las marcas podían acceder a cantidades ingentes de información para lanzarnos propuestas comerciales adecuadas a nuestros perfiles, aficiones o necesidades. Así hemos vivido durante la última década, y así se han encumbrado industrias enteras de la gestión y monetización de estos datos, siempre de forma, cuanto menos, opaca.
Pues bien, como decía, se acumulan las noticias que nos permiten vislumbrar un rayo de esperanza en lo que se refiere a nuestra privacidad en internet. Por una parte el esfuerzo de Apple por dar el poder a sus clientes acerca del cómo y el cuándo ofrecen sus datos. Por otra, el anuncio de Facebook de su herramienta de limpieza de historial para eliminar nuestro rastro de navegación. Google a su vez anuncia bloqueos a anuncios intrusivos en video /incluyendo a YouTube y Chrome). El bloqueo de las cookies de terceros en todos los navegadores va a poner también su parte de contundencia en el cambio, así como la protección de los más menores sobre el contenido orientado a ellos. Esto también es privacidad, interrupción y malas prácticas.
¿Qué escenario nos deja todo esto?
Desde mi punto de vista van a haber más debates que nunca acerca de cómo optimizar campañas, qué papel tiene la programática en todo esto, y, en definitiva, cuál es el modelo a seguir a partir de ahora desde la perspectiva de exprimir los datos que queden disponibles, autorizados, veraces y de calidad. Pero en el fondo, lo que realmente debería cambiar es el paradigma. La aproximación siempre agresiva de impacto a cualquier precio que es la que nos ha llevado a vulgarizar esta profesión. Nos hemos convertido en expertos de la molestia. Y además con descaro. Aprovechándonos de la incultura digital de la población, o, cuanto menos, de la falta de información acerca de las consecuencias de ceder nuestros datos tan alegremente. Esto es lo que hay que poner encima de la mesa: la mala fe. La idea de aprovecharse de la falta de herramientas para defendernos.
Acabo con una reflexión que te deje un buen sabor de boca. ¿Sabes qué? Todo esto no puede ir más que a mejor. Al menos desde el punto de vista del usuario, que es quien cuenta. Soy muy optimista acerca de la actitud que las marcas deberán adoptar a partir de ahora para llegar a sus clientes. No les va a quedar otra opción que tener un comportamiento mucho mejor. Van a tener que portarse bien, de una vez por todas. Veremos los próximos pasos. La pelea por la relevancia y la atención debería jugarse a partir de ahora con otras reglas, otros parámetros.