Ahora que ya estamos inmersos de lleno en la época en la que la Transformación Digital gobierna la conversación tanto de anunciantes como de agencias y consultoras, llega el momento de analizar si realmente este es el cambio que les va a devolver la relevancia.
La transformación digital es tan necesaria como desconocida para muchos. Conceptos como Automatización, Big Data, Inteligencia Artificial y Machine Learning no han acabado de calar en el día a día de miles de empresas que ven con desesperación cómo los mercados cambian, los modelos de negocio evolucionan y los consumidores traicionan hábitos que parecían inamovibles.
Cada empresa debe comprender el grado de transformación que el mercado y sus clientes le están demandando. No hay que mutar a servicio necesariamente si los clientes no lo necesitan. A veces tengo la sensación de que el concepto “Transformación Digital” se ha popularizado de tal forma que muchos creen en él como la clave para reflotar sus negocios, reconectar con sus clientes o encontrar océanos azules inexplorados.
Y nada más lejos de la realidad.
Porque mientras todos nos obsesionamos con la capa tecnológica de las empresas, pocos ven cómo en paralelo crece cada día una demanda ya imparable de transformación que no tiene nada que ver con la tecnológica.
Ya no basta con tener un producto perfecto a un precio perfecto y en el lugar y momentos perfectos. Ahora también hay que tener un comportamiento perfecto. Las empresas que están conectando más con los consumidores son las que están adaptando y transformando áreas de sus negocios para ser percibidas como mucho más sensibles desde el punto de vista de su impacto en las personas, en la sociedad y en el planeta en general. Ya son notorias acciones de grandes organizaciones que anuncian cambios internos en todos lo ámbitos: procesos de producción, embalaje, materias primas, condiciones laborales, planes estables que las involucran en la sociedad….
A todo esto, se añade ya otro flanco de presión para el cambio a la óptica social. Los mercados, los inversores, los que disponen del capital necesario para el desarrollo de la actividad económica, ya empiezan a hacer listas, ratings,en las que puntúan a las empresas en función de su orientación al compromiso con la sociedad. El impacto medioambiental, tanto desde la obtención de recursos hasta la gestión de residuos, las conductas internas respecto a los trabajadores y proveedores, la involucración en problemas sociales como parte activa de la solución… factores que hoy ya tienen un valor que puntúa positiva o negativamente en la reputación de una empresa en los mercados. Al fin y al cabo, el dinero es listo, y sabe que si hoy la sociedad demanda empresas y marcas responsables, las que tienen más futuro serán las que se suban a ese carro. Poca poesía, en mi opinión, pero argumentos enormes para hacer cambiar la visión de los que todavía creen que esto no va con ellos.
El cerco se estrecha. El tiempo para mover ficha se acaba. Las empresas deben transformarse, pero deben ser inteligentes a la hora de comprender que la transformación más urgente ahora mismo está en manos de la cúpula directiva, de los que mandan y gobiernan. Y no tiene que ver necesariamente con el mundo digital, pero sí mucho con el mundo real.
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