Resulta una obviedad hablar de la importancia de estar constantemente informados acerca de todo. Sabemos que todo es importante y tque odo afecta a todo lo otro. Movimientos sociales, cambios culturales, tendencias artísticas, avances tecnológicos,... Todo influencia a todo. Por eso hay que estar al día, interesarse por la gente, por lo que pasa dentro de los hogares, en los restaurantes, en los institutos.
Hace unos días me di cuenta de algo a lo no he dejado de dar vueltas desde entonces: y es que todo impacta en todo de una forma mucho más profunda de lo que yo creía. Sucedió leyendo la sección de tecnología del Wall Street Journal. Aparecieron una detrás de otra estas tres noticias: Microsoft apremia al Gobierno de los Estados Unidos a regular la tecnología de reconocimiento facial; cómo viviremos pronto rodeados de micrófonos diminutos instalados en miles de cosas con las que podremos dialogar; y un artículo que hablaba de cómo los niños de 2-3 años conviven (y maltratan) a dispositivos tipo Alexa.
Dejé de leer para quedarme reflexionando acerca de todo a la vez. Y más concretamente, acerca de cómo vivimos sumidos en la necesidad de acelerar las cosas sin prácticamente dedicar tiempo a analizar las consecuencias de toda esta tecnología en nuestro día a día. Los niños pequeños de hoy son los que marcarán la relación futura entre los humanos y la inteligencia artificial. Y si no tienen herramientas y marcos de respeto, o al menos, un sistema de valores sólido y bien construido, el resultado será absolutamente impredecible.
Desde los inicios de la ciencia ficción, hemos soñado con una sociedad inclusiva con todo tipo de inteligencias digitales. Hemos fantaseado acerca de todo lo que podríamos aprender de ellas. Incluso nos hemos permitido pensar en el día en el que las máquinas se rebelen y eliminen a toda la humanidad. Pero ahora que todo esto está aquí, y la mayor prueba de esto es que un bebé tecnológico como Alexa empiece a hablar con un bebé humano de 2 años. Es responsabilidad de los adultos de hoy crear el marco de relación entre ellos que siente unas bases de colaboración y respeto mutuo. Y para ello, hay que tener más claro que nunca el propósito de toda esta tecnología. La humanización de objetos y dispositivos puede tener un efecto de vasos comunicantes con la deshumanización de las relaciones personales. Pero también podría pasar que los sentimientos más oscuros que todos albergamos sean los que marquen la relación definitiva entre inteligencias artificiales y humanos. Dependerá de cómo vayamos asimilando el torrente tecnológico que cada vez parece que llega de forma más acelerada y menos reflexionada. Lo único que está claro es que todo afecta a todo lo demás. Y urge más que nunca tener una visión crítica a la vez que constructiva acerca de la tecnología que vive con nosotros y también con la que vendrá muy pronto.